Un compañero de viaje
Cuando realizamos un viaje a un nuevo destino, a un lugar que no conocemos, solemos informarnos, por diversos medios, para sacar mayor partido a nuestra estancia, aprovechar todo lo bueno y atractivo que puede ofrecernos, y evitar sorpresas. Cuando el destino tiene su complejidad, por el idioma, por las costumbres, por la geografía, a menudo recurrimos a un guía. Y cuanto más atrevido y difícil es el viaje, más necesaria se hace la presencia de ese guía. Igual sucede con la salud. Hay momentos, o etapas, en las que debemos enfrentarnos a lo desconocido, a lo complejo, a lo difícil. Son situaciones que aparecen en forma de una enfermedad grave, o cuanto menos preocupante, como puede ser un cáncer. O en forma de complejidad por la confluencia de varias patologías crónicas que convierten el manejo simultáneo en una carrera de obstáculos agotadora. O en forma de una dependencia que a causa de la edad o del propio deterioro de la salud nos deja en manos de la voluntad de otros. Y es en esas situaciones cuando la figura de un médico que ejerza ese rol de guía, de compañero de viaje, puede convertirse en un valioso e indispensable elemento, un referente que puede ayudar al paciente, y a quienes lo cuidan, a no perder el norte durante la singladura. No solo es cuestión de que el médico aporte su experiencia y conocimiento en el manejo de la complejidad, o de la dependencia, o de enfermedades graves que pueden amenazar la vida. Es que, además, conoce al paciente, a la persona, sabe cómo es y qué valores la sustentan, y está al corriente de sus preferencias y deseos en la forma de ser tratado por los profesionales de salud. Y merced a eso puede acompañar al tiempo que desempeña su tarea, y puede ayudar y de qué manera cuando haya que tomar decisiones. Al igual que el guía, el médico conoce los caminos, y puede asesorar para optar por el más adecuado al tipo de viaje que queremos hacer. Cuando percibimos que el guía sabe lo que hace, y nos lleva bien, viajamos seguros; para nosotros todo es nuevo, para él no. Cuando el paciente, y sus familiares, perciben que el médico que les acompaña se muestra competente en un terreno que les es desconocido o dificultoso, se sienten seguros, y comprenden que el viaje, aunque complicado, lo es menos si van de la mano de un buen guía. Si damos tiempo a que se desarrolle la confianza, llegaremos a darnos cuenta de cuánto valor puede llegar a alcanzar ese referente que nos orienta en el laberinto de la pérdida de salud, y que vela porque las cosas se hagan como nosotros hubiéramos deseado.