Sufrimiento y dolor no es lo mismo
Sufrimiento y dolor son dos palabras, dos ideas, que de forma natural queremos tener cuanto más lejos mejor. Asociadas a muchas circunstancias de la vida, lo están especialmente en nuestro imaginario a la enfermedad y al final de vida, que son las situaciones que nos ocupan en este artículo. También es común que en ese nuestro imaginario construido de recuerdos vividos, de imágenes contempladas en los medios, o de historias que nos han explicado, sufrimiento y dolor tiendan a superponerse, como si fueran lo mismo, o casi lo mismo. Pero no es exactamente así, ni mucho menos. Todo es bastante más complejo, y simple a la vez si se entiende. Todos sabemos lo que es el dolor físico, vinculado al cuerpo físico. Una señal de alarma desagradable que avisa de que algo no va bien. Tememos al dolor, y aún más si no sabemos por qué aparece, ni cuándo va a aparecer, o si no sabemos cómo lo vamos a poder combatir. El sufrimiento no se limita al dolor. Va mucho más allá. El sufrimiento tiene que ver con la persona multidimensional, y el origen de ese sufrimiento puede ser igualmente múltiple. Las emociones, el estado de ánimo, las preocupaciones de tipo familiar o social o económicas o laborales, el miedo a lo que sucederá, la falta de comunicación, la dimensión trascendente o espiritual, todos ellos son elementos y circunstancias que inciden sobre la vivencia del dolor y generan una situación de mayor o menor sufrimiento. El dolor físico se puede controlar con una analgesia bien planificada y aplicada por profesionales que conozcan bien el manejo de las diferentes alternativas terapéuticas. Pero si nos limitamos a tratar el dolor con analgésicos, y no prestamos atención al sufrimiento, a esas otras facetas de la persona que se sienten amenazadas, a menudo nos quedaremos cortos. Los analgésicos no controlan el miedo, ni el temor a la dependencia causada por la enfermedad, ni la angustia por quienes sufren al lado del enfermo, ni la ansiedad por el futuro inmediato, ni la soledad, ni las dudas sobre el sentido de la vida. Los analgésicos, por sí solos, no calman el sufrimiento. Para combatir el sufrimiento hemos de ir a su origen, acercarnos a la persona que sufre y no quedarnos en la periferia del dolor físico. Acompañar, comprender, escuchar, acoger, dar seguridad, preocuparnos de verdad por su bienestar y por encontrar soluciones concretas a su situación particular o ayudarles a ellos (enfermo y familia) a encontrar esa solución, es lo que, junto a los analgésicos, permitirá controlar no solo el dolor sino buena parte del sufrimiento del que forma parte. Y en esa tarea no solo los profesionales tienen un importante papel, también lo tienen los familiares. Un entorno amoroso, sereno, que acompaña con calidez, pero desde el respeto, que se comunica con naturalidad, y que sabe cómo tiene que actuar (entre otras cosas porque los profesionales les han adiestrado), puede ser mucho más eficaz para aliviar el sufrimiento que aumentar las dosis de calmantes. El dolor causa sufrimiento, pero el sufrimiento no es solo dolor físico. No debemos olvidarlo. Ni los profesionales, ni los familiares, ni el propio enfermo.