La familia cuidadora
Suele ocurrir que cuando una persona enferma de gravedad, o empeora el estado de sus patologías crónicas, su familia o entorno más próximo, al visualizar las necesidades que deberán ser atendidas, siente la impotencia y el vértigo del “¿cómo lo vamos a hacer?”. El modelo social en el que vivimos ha llevado consigo una delegación de los cuidados en el sistema de salud, y se ha tomado como referencia civilizada y segura la atención hospitalaria. Con el paso del tiempo, ese modelo, y la cultura de la salud que ha generado, han deshabilitado y desposeído a las familias de una capacidad cuidadora que habían tenido pero que ahora puede aparecer como innecesaria. Sin embargo, la verdad es que las familias no han perdido esa capacidad, sencillamente no saben que la tienen porque no la han puesto a prueba, y el miedo a no saber hacer lleva a seguir delegando en centros hospitalarios o socio-sanitarios. Para cuidar a un enfermo en casa no se necesitan grandes conocimientos, sino recibir las adecuadas instrucciones por parte de los profesionales y sobre todo contar con su apoyo y seguimiento durante el proceso. Para humedecer unos labios, o acomodar mejor el cuerpo en la cama, o realizar pequeñas curas, o tranquilizar con la presencia, basta querer cuidar con la mejor voluntad y escuchar los consejos de quienes tienen la experiencia. Cuando se proporciona a los familiares cuidadores explicaciones claras y pautas concretas, comprueban con satisfacción que efectivamente son capaces de participar de forma activa en los cuidados, y que eso les genera gran satisfacción a ellos, y facilita un medio de comunicación directa entre el enfermo y quienes más le quieren. El miedo a no saber si serán capaces de hacerlo bien, o qué se debe hacer si sucede A, B o C, o a posibles situaciones imprevistas, se compensa con soporte, accesibilidad, disponibilidad, y sobre todo comunicación fluida y continuada. Lo que parecía difícil o impensable, no lo es tanto, o no lo es en absoluto. Cuando la familia participa en el cuidado, será también más fácil que participe en las decisiones. Es entonces cuando en lugar de delegarlo todo en el sistema, todos, enfermo, familia y profesionales, forman un único equipo que busca lo mejor en cada momento para el protagonista principal. A él o ella hay que preguntarle, o hay que intuir, qué es lo que prefiere. Y es que, ser cuidado por quien uno desea, puede producir mayor bienestar que muchos fármacos o estupendas instalaciones. Lo humano se impone a lo técnico.